Romper la maldición
Las maldiciones se parecen a las tradiciones: tanto una como la otra son una herencia que pasa de generación en generación. Al comienzo de la charla pasada identificamos que hay maldiciones (o tradiciones) explícitas y otras tácitas. Las explícitas se dicen textualmente o se tienen como costumbres bien sabidas, por ejemplo, que la gente crea que las mujeres sólo sirven para ser madres, que tienen que ser cuidadoras, mantenidas, “buenas esposas”, que se les prohíba el estudio, que no puedan participar en las decisiones económicas o de gobierno; o que los varones tienen que ser proveedores, protectores, tener solvencia económica, no deben expresar sus emociones, deben ser machos, violentos y también se les solapa si abandonan.

Como éste, existe el rol familiar de “basurero”, o sea la persona de la familia en la que todos depositan la basura de ellos mismos. Como no quieren reconocer que tienen comportamientos enfermos y violentos, escogen a un miembro de la familia para que sea quien siempre hace “todo mal”, el que al mínimo error ya es el del mal ejemplo, el que porque se emborrachó una vez ya es el alcohólico de la familia, en quien todos ponen su atención para no ver lo que ellos mismos hacen. También existe el rol del “familiar curita”, al que todos piden ayuda económica o moral, el que siempre debe tener los mejores consejos, o el que no puede decir que no cuando lo necesitan. Todos estos roles son imposiciones que se convierten en una carga, ya sea porque el papel que desempeñan es muy pesado o porque implica grandes expectativas inalcanzables.
Estas maldiciones o herencias explícitas son resultado de las costumbres casi incuestionables que dictan lo que debes hacer según tu sexo, color de piel, lugar de nacimiento, si fuiste el primero, el segundo o el tercer hijo. Todo esto es parte de lo que Tito llama “yo primitivo”.
En cuanto a las maldiciones tácitas o inconscientes, encontramos que se parecen más a los patrones de conducta que aprendemos de la familia, y que llevados a la exageración se convierten en patrones enfermos. Evadir, proyectar, tener siempre expectativas muy altas, abandonar ideas, proyectos, trabajos o hijos sin asumir ningún tipo de consecuencia; creer que puedes cambiar a las personas, chantajear, estereotipar u opinar cuando no te lo piden, son conductas enfermas aprendidas con las que violentamos nuestros derechos humanos y los de los demás. Los tenemos incorporados en nuestro inconsciente porque nos modelaron vivir y relacionarnos de esa manera.
Cómo romper la maldición o el patrón enfermo de conducta.
Una de las cosas más difíciles es verse a uno mismo, ver cómo con nuestras acciones perpetuamos el patrón y la maldición. Más difícil aún ser el miembro de la familia que quiera romper con él, pero si eres el ser despierto de tu familia que quiere subirse a ese barco, tenemos una serie de pasos que te pueden ayudar.
1) Identificar la maldición. Te puedes apoyar con la información que hemos tratado hasta ahora, todas las familias tienen un patrón enfermo explícito o tácito, impuesto como rol de familia o de género, así como exagerados mecanismos de defensa.
2) Cómo la maldición te afecta. Lo siguiente sería que reflexionaras sobre cómo esa maldición afecta tu manera de relacionarte, cómo te impide conseguir un buen trabajo o encontrar una pareja sana; es decir, cómo te violenta y genera un ambiente violento en tu hogar o entorno, y cómo ha sido una constante en la vida de tus ancestros.
3) Cómo tú misma (o) fomentas la maldición. Este paso implica hacer examen de consciencia para identificar cómo actúas en concordancia con el patrón; cómo tus acciones, de manera directa o indirecta, perpetúan y refuerzan el patrón, ya sea mediante prejuicios, burlas o comentarios violentos, hacia dónde desvías tu atención para evadir responsabilidades, o cómo es que te relacionas con gente que ejerce el mismo tipo de violencia.

Tito utilizaba el concepto “actualizarse” para explicar el mecanismo de adaptación a nuevos contextos, pasando de uno enfermo a uno sano. Este concepto implica múltiples procesos, por ejemplo, la disposición de aprender de la experiencia, de abrirte a cosas nuevas; otro implica aceptar que la persona que eres hoy puede actuar diferente a como acostumbrabas en el pasado. Pero sobre todo es desaprender lo que se piensa como un hecho establecido.
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